martes, 17 de marzo de 2015

OBRAS DE LUIS MARÍA MURILLO QUINCHE

 Deslizando el cursor sobre las obras puede tener acceso a algunas de ellas

miércoles, 6 de junio de 2012

CANTAR DE LOS CANTARES


CANTAR DE LOS CANTARES

(PRESENTACIÓN DE LA OBRA)

“No sobra ser un sabio para ser un poeta” escribió Rafael Jaramillo Arango en su columna de El Tiempo, “Vida de los Libros”, al presentar el libro “Cantar de los cantares”. Y es que la vena literaria de Luis María Murillo Quinche ni en sus escritos científicos dejó de destellar. Por algo su primer trabajo científico, “Las Avispas chibchas” publicado en 1924, fue catalogado a la vez como primicia científica y como poema de belleza original. “La ciencia del naturalista ayuda a la inspiración del poeta”, sintetizó Luis Eduardo Nieto Caballero al comentar “el Cantar de los cantares” de Murillo.

Escrito cuatro años antes de su publicación en 1951 y consagrado a la memoria de su primera esposa, el libro es una obra espiritual, estética y filosófica escrita en una prosa profundamente poética. En él revive el amor purísimo de Dafnis y Cloe, los personajes griegos de Longo, trasportados de Mitilene a nuestro trópico y al siglo XX, y embebidos en las dichas de la naturaleza.

“Cantar de los cantares” es en palabras de su autor  “una historia de unos amores inocentes, con una pareja candorosa de zagales, en un país maravilloso”. Y es la expresión más importante de su obra literaria, como “Sentido de una lucha biológica” lo es de su obra entomológica y “Desde mi universidad” de su obra periodística.

Invito, por tanto, a los interesados en esta pastoral a sumergirse en sus páginas mediante esta copia digital de la versión escrita publicada en 1951 en Bogotá por la Librería Voluntad.

Luis María Murillo Sarmiento MD.


viernes, 18 de mayo de 2012

SENTIDO DE UNA LUCHA BIOLÓGICA


CARÁTULA DE LA SEGUNDA EDICIÓN DE
"SENTIDO DE UNA LUCHA BIOLÓGICA"
Imprenta Nacional Bogotá - Colombia 1938
SENTIDO DE UNA LUCHA BIOLÓGICA
(PRESENTACIÓN DE LA OBRA)

Con pocos antecedentes en Colombia -apenas los experimentos de un hongo contra la langostas, llevado a cabo en 1913 por Federico Lleras Acosta y Luis Zea Uribe- Luis María Murillo Quinche se convirtió en el abanderado de la lucha biológica en el país, con una  trabajo científico perseverante a lo largo de 42 años, que transformó en práctica cotidiana y saludable para nuestra economía el fruto de sus investigaciones. Lejos de pretender un ejercicio teórico de la ciencia, buscó que sus descubrimientos tuvieran una aplicación eminentemente práctica. De ahí que se refiriera a sus ensayos como la investigación biológica al servicio de la economía nacional.

Su trabajo sobre las plagas del algodón en la cuarta década del siglo pasado fue presentado por primera vez en 1937 en el número 4 de la revista de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas Físico-Químicas y Naturales; y se convirtió con los años en ejemplo clásico de represión biológica.

Ponderado en otras latitudes, fue recomendado por la Comisión Técnica de la Segunda Conferencia Interamericana de Agricultura, reunida en Ciudad de México en 1942, y fue antecedente significativo para su elección como miembro honorario de la Real Sociedad de Entomología de Bélgica en el centenario de la fundación, en 1948, de esa renombrada institución.

El interés de mi padre en las plagas del algodón y la observación del fracaso de los compuestos arsenicales para su control, lo condujeron al encuentro de tres entomófagos o parásitos de la plaga: los parásitos de los huevos del gusano rosado, los parásitos de las larvas y los parásitos de las crisálidas. De ellos se concentró en el estudio detenido de la Aphanteles turbariae, una especie de la familia Braconidae, que encontró en la región del río Suárez en 1935. La  avispa, parásita de las larvas del gusano (Sacadodes pyralis Dyar), se convirtió en el medio más eficaz de combatirlo. Esta avispa sería el motivo de su obra más importante: "Sentido de una Lucha Biológica".

No fue sin embargo esta su primera incursión en la represión biológica de las plagas: ya en 1929 habían combatido el pulgón lanígero de los manzanos del país con una avispa microscópica importada de Estados Unidos, la Aphelinus mali. Fue ésta la primera aplicación en Colombia de la lucha biológica en los cultivos. La Neda murilloi, descubierta por él, y que lleva su nombre, fue otro medio que encontró el entomólogo en su lucha contra el pulgón lanígero.
La versión de “Sentido de una lucha biológica” que hoy pongo en manos de los estudiosos, es fiel copia de la segunda edición, de 1938. La primera es la susodicha publicación de la Academia Colombiana de Ciencias. La tercera es la aparecida en 1943, e impresa como la segunda por la Imprenta Nacional de Colombia, y prologada por  el biólogo peruano, catedrático de la Universidad de San Marcos de Lima, Carlos Morales Macedo*.

Con esta breve introducción, invito a los lectores a discurrir, renglón seguido, por las páginas del libro.

Luis María Murillo Sarmiento MD.

* La presentación como el prólogo de la edición de 1943 se incluyen en las primeras páginas de esta publicación.


SENTIDO DE UNA LUCHA BIOLÓGICA
(LA OBRA)


Los ensayos de investigación biológica ante el ambiente

El proceso de los estudios de la naturaleza en Colombia no sólo ha tenido la desgracia de ser interrumpido muchas veces, sino que se ha desarrollado con un criterio lamentable.
Desde la creación de la Expedición Botánica se exaltó el amor a la naturaleza como un espectáculo de mera contemplación; de esa manera fueron surgiendo, cuidadosamente coloreadas, centenares y centenares de bellas estampas de la flora, como símbolos.
Verdad es que muchas veces se hicieron lujosas observaciones y descripciones científicas, pero que tenían la misma inmovilidad de los iconos.
Caldas, melancólico y apacible en apariencia, representaba la revolución dentro de ese cenáculo de naturalistas dirigidos por Mutis, y sus estudios de carácter social, astronómico, botánico y físico, tenían por encima de toda otra virtud, la ductilidad de la vida.

Había, pues, dos tendencias en la célebre Expedición: la contemplativa, descriptiva y apacible, que cada día agregaba una estrella refulgente al firmamento científico, y la biológica, plena de inquietudes, revolucionaria.

La una daba a beber las ciencias aristotélica y francesa vertidas con censuras al lenguaje santafereño, y la otra trataba de alcanzar a los labios sedientos los propios pezones de la naturaleza autóctona.

Quien repase, siquiera sea superficialmente, la obra de Caldas, ha de sentirse conmovido por toda esa suerte de ideas y descubrimientos, que eran como lenguas de fuego de la primera forja prendida para la realización de nuestra cultura.

No para vanagloria, no por un sentido vulgar de codicia, quiso Caldas suceder al maestro: apenas trataba de dirigir al rumbo de sus pensamientos, un laboratorio que era base nutricia de civilización. Así se explican los amargos reproches que lanzara al conocer la postrera voluntad de Mutis, que faltaba a las promesas y hería las nobilísimas aspiraciones del sabio.

El lamentable testamento de José Celestino Mutis, y la temprana y cruel desaparición de Caldas, imprimieron al desarrollo de nuestra cultura, en embrión apenas, una especie de sentido hemipléjico que nos ha llevado siempre hacia la apreciación de los seres de la naturaleza, pero de manera imperfecta, privándonos de la razón de su propia existencia.

De esta manera se han producido obras nacionales de gran valor científico, pero descriptivas, taxonómicas, sin vida, unilaterales.

Así, no es raro que el androceo y el gineceo en el silabario de nuestros conocimientos signifiquen: para los párvulos, dos apéndices menos bellos que las corolas y los sépalos; para los estudiantes de la escuela secundaria, dos palabras con derivación griega, y para los doctos señores, un misterio que debe mantenerse oculto........

Y si tal es el ambiente y la tradición, ¿qué podrá esperarse de quienes con manos inexpertas van a dilucidar un problema biológico, entre nosotros intocable, de parasitología económica que, según uno de los entomólogos más gran
des del mundo, no debe acometerse sino por profesionales experimentados y con mesura y tino?

¿A quién llamaremos para que saque sus luces a nuestro camino, si algunos vigías que conocíamos apagaron sus lámparas? Permítaseme, pues, por esta desgracia, que solo, sin más escuela que el contacto con la naturaleza, y sin más lazarillo que mis sentidos, trate de estudiar e interpretar un tema que me he propuesto sobre la represión de las larvas de la Sacadodes pyralis Dyar por medio de sus parásitos.

Evolución del estudio de la lucha biológica contra las plagas

Ulyse Aldrovandi, célebre profesor de la Universidad de Bolonia, fue el primero en llamar la atención sobre los parásitos de los insectos; pero a quien por vez primera cupo la suerte de estudiar la naturaleza de los fenómenos parasitarios y de hacer algunas experiencias, fue Antonio Vallisnieri hacia 1700. También Reaumur y De Geer trabajaron en este sentido.

En 1800, Erasmo Darwin, abuelo del autor del Origen de las especies, anunció la posibilidad de emprender la lucha biológica contra las plagas de los cultivos, en su obra Philosophy of agriculture and gardening.

C. V. Riley propuso en 1870 la traslación de parásitos de unas regiones a otras con el fin de contrarrestar las afecciones de los depredadores, y Albert Koebele, de acuerdo con estas ideas, llevó en 1888 la Novius cardinalis y otros parásitos a los Estados Unidos, con el objeto de combatir la peligrosa peste conocida con el nombre de lcerya purchasi.

En 1906, F. Muir, científico y apóstol de gran valor personal, buscó por todo el mundo, hasta descubrirlos, los parásitos de varias plagas que en Hawaii hacían de la caña de azúcar una industria imposible, y después de grandes penalidades logró cultivos que hizo llegar, al fin, a su destino.

Hoy la represión biológica de plagas es materia que ocupa un puesto de primera magnitud en el estudio de los problemas de la industria agrícola, e intervienen en su interpretación sabios biólogos y matemáticos eminentes como Howard, W. R. Thompson, Curtis, P. Clausen, Lotka, Gause, Kostitzin, etc.


Luis María Murillo Quinche





PARA LEER TODA LA OBRA DIRÍJASE A ESTE ENLACE

martes, 8 de enero de 2008

LAS AVISPAS CHIBCHAS


“Las Avispas chibchas” fue el primer trabajo entomológico de Luis María Murillo Quinche. Fue publicado en “El Gráfico” (1924), famoso semanario colombiano que existió entre 1910 y 1941. La intelectualidad lo señaló como “primicia científica y poema de belleza original”, conjunción de ciencia y arte literario que hizo evocar al célebre entomólogo francés Jean Henri Fabre (1823-1915), reconocido por sus estudios sobre el comportamiento de los artrópodos. “Las Avispas chibchas” abrieron a su autor las puertas de la Sociedad Colombiana de Ciencias Naturales, sucesora de la Sociedad Científica de la Salle, y antecesora de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, de la que Murillo fue miembro fundador.




"El Gráfico" acoge complacido el siguien­te estudio, que es un bello capitulo de entomología, en donde su autor expone sus interesantes observaciones sobre un insecto de la Sabana de Bogotá en un len­guaje digno de Fabre.

Las avispas chibchas




A Isabelita Pulido de Murillo



Curiosidad
Redonda y grande como una cereza, plegada y es­camosa su superficie, con un cuello diminuto, de borde sutil, desplegado a manera de embudo, y toda hecha de finísimo mortero de color ocre, era la ollita que acababa de encontrar prendida a la pared, y que tanta curiosidad había despertado en las amas de la casa.
— ¡Qué linda mucurita! ¿Qué tiene dentro? ¿Quién la hizo?...
Imposible romperla; era una... ¡no! Entre el rastrojo que se escurría por el alero de la casa empajonada, descubrí: una... dos... varias. Abiertas muchas por un agujero estrecho; cerradas las demás, y sin cuello, parecidas a pequeños pezones.
Podría dar ya gusto a las femeniles cabecitas, que miraban con tanto interés toda esa obra admira­ble de cerámica.
Con cuidado tomé una.
Fui dividiéndola por la mitad, longitudinalmente, sin introducir demasiado la navaja y dejando un pe­queño segmento sin cortar, a manera de charnela; parecía así una concha bivalva. La abrí...
— ¡Es un joyero enano, lleno de esmeraldas micros­cópicas! ¡Qué hermoso!... —decían todos.
Y en verdad, aquéllo era muy bello: la mucurita estaba llena de gusanitos verdes, que débilmente se movían.
Abrí otras. Encontré gusanos en número de dos... siete... treinta... Unas albergaban gusanos verdes, so­lamente. En otras había, además, gusanos blancos, gordos, con segmentos bien marcados. En algunas, tachonadas de nácar, la ley evolutiva de la oruga había transformado en curiosos habitantes de marfil a los antiguos gusanos. Eran insectos blancos, doblados en tres partes; de cabeza angulosa, con largas antenas y con dos ojos rosáceos puestos en la frente como dos comillas. Tenían de alas dos paletas de bordes transparentes y grises. Su tórax era esférico y de la forma de un grano de cebada el abdomen. El occipucio estaba coronado por tres pequeños puntos rojos, como por tres rubíes.
En una encontré un insecto completo, negro, do­blado, vivo; era una avispa. En otra había dos avis­pas degeneradas, ya muertas; tenían la cabeza enor­me y el abdomen pequeñito; muy unidas entre sí, y ajustadas, forzadamente, contra las paredes de la ollita.
Algunas estaban vacías y abiertas por un sacabo­cado del diámetro de una lenteja. Entre más desarrolladla estaba la metamorfosis del himenóptero, menos gusanos había. Con las avispas ya formadas, no ha­bía gusanos.

Humanum est errare
Los leves movimientos de tanto gusano habían puesto miedo en mis compañeras de experimentación. Quedé solo; pensé... Y mi imaginación forjó una his­toria horrible: La avispa con trabajo máximo mordería arcilla; haría mortero con su saliva, y en sus finísimas patas llevaría el material para, hilada sobre hilada, día a día, con fuertes fatigas, levantar el nido, la pequeña casa, que iría a servir de cuna a sus pequeñuelos. Hecha, pondría en ella, con cuidado ma­ternal, sus huevos, en número de una veintena o más, y cerraría la entrada para dejar a cubierto de ataques el nido. Días después, dentro de aquellos cofres de arcilla, se estrujaría y entorcharía una cadena de eslabones vivos, de gusanos, que en su crecimiento, faltos de toda alimentación, en la lucha por la exis­tencia, se devorarían unos a otros so pena de perecer todos... Los más fuertes quedarían, no podrían ser más de dos, tal vez sólo podría quedar uno, porque en la metamorfosis sus cuerpos crecerían y se com­primirían unos contra otros; la lucha era, pues, hasta el fin...
Irisada por el sol poniente, la faz encendida de la Naturaleza hizo vacilar mi pensamiento...
¡Perdón! Humanum est errare, Madre mía, Natu­raleza.

Una lección
—Hermano Apolinar—le dije—. Se trata del descu­brimiento de unas avispas de rara existencia.... Y la conté.
Sonrió el sabio entomólogo, y andando a los esca­parates de su biblioteca, dejó en mis manos, como una contestación, un tomo de «La vida de los insec­tos», de Fabre. Rayo luminoso fue éste, que aguijoneó en mí el deseo de experimentar, en estas hermanas probables de las «Eumenes» de Fabre, toda una vida de artística historia...

Filiación de las avispas
Son las avispas de un negro intenso y brillante sólo interrumpido por el oro de un semianillo, a ma­nera de soldadura, que une, por encima, el abdomen al pedículo. La cabecita, de forma de garbanzo, la llenan los ojos (dos grandes comillas de color car­melita); las antenas, nacidas en el centro, están divi­didas en dos segmentos; corto y erecto el primero, el segundo largo, engrosado en forma de mazo, bas­tante inclinado y muy movible. Las tenazas, despren­didas de la axilla inferior de los ojos, son dos agujas cónicas que se comban bajo la cabeza. El diámetro horizontal de ésta es de tres milímetros.
El tórax es esférico; lo cubre abundante pelusa, y su diámetro es de seis milímetros.
Las alas son ahumadas, medio azulosas; tienen quince milímetros las anteriores y diez las posterio­res; están plegadas longitudinalmente, y encorvadas en las extremidades, como si trataran de envolver al abdomen. Forman, en estado de reposo, un ángulo de cuarenta y cinco grados con el tronco y con el plano de sustentación. El pedículo, de cinco milímetros, nace en la parte postero-inferior del tórax; forma, vista de perfil, una ese; de plano, da la idea de una minúscula perilla. Cinco segmentos, bisectados horizontalmente, y ajustados, unos entre otros, forman el abdomen. Es éste, unido al pedículo, una retorta-dije para un químico.
Las patas semejan filamentos de gutapercha articu­lados y cerriles.
La envergadura del himenóptero es de veinticuatro milímetros.
A falta de un nombre regional o de una denomi­nación científica, he llamado «Chibchas» a estas ar­tífices de las pequeñas ánforas.

Biografía
Apenas abre la avispa la puerta de su casa, se detiene un momento meditabunda; y sin desplegar las alas, se echa afuera; rodea la pequeña ánfora por todas partes, andando despacio, palpándola, mordiéndola con las tenazas. Viéneseme la idea: que las célu­las del cerebro del pequeño hexápodo vibran al im­pulso de necesi­dades... Necesidades que son, pa­ra el recién na­cido, el patrimo­nio de varias generaciones que lucharon por la comodi­dad… Paréceme que hay en ese momento una lu­cha entre una costumbre ad­quirida (el ins­tinto), la razón, y los aguijona­zos de de una necesidad. Tal vez le fue de­masiado estre­cha la celda, tal vez le faltaron víveres, acaso la forma de la cuna perjudicó la es­beltez de sus élitros... y que, como resultante, nace un deseo que se puede convertir en una insigni­ficante modificación en la nueva vida de su especie. Estas asavispas viven generalmente solas, pero son sociables, costumbre que las distingue de sus herma­nas, las de Fabre. Gustan la miel de casi todas las flores silvestres, recorren el campo en casi todos sentidos, haciendo vibrar el aire con zumbidos sua­ves; van solas, pero en las grandes soleadas reúnense, casi por centenas, sobre las moradas inflorescen­cias de tintillo. Allí juegan y se entregan a los mimos y caricias sexuales durando a veces todo un día, sobre esta planta, templo, para ellas, de amor y unión. Así se puede pasar por cerca a ellas, y aun molestarlas; son, por demás, inofensivas.

Como la madre humana, apenas se le revela el fruto, la avispa piensa en una cuna...
En la estación más cálida del año, las «chibchas», pequeños arquitectos ne­gros, trabajan: rasguñan las pa­redes, arrancan a los montícu­los de arena pe­dazos diminu­tos, mezclan con el jugo viscoso que fluye de su piquito, la arci­lla. Amasan el mortero obteni­do en microscó­picos adobes, húmedos, gluti­nosos; y vuelan, llevando el ma­terial entre sus mandíbulas, a las cuencas del monte, a los aleros y al pajar de los caseríos campesinos, a las hojas cero­sas de los uvos camarones... Allí los sientan y alisan, en hiladas circulares, con sus manecitas.
¡Bracitos negros que dais forma a una masa mi­croscópica de arcilla, movidos por una fugaz inteli­gencia! ¡Me dais alegría, porque lleváis a mi alma la infinita piedad!
La obra depen­de de las nece­sidades o del gusto, de las obreras: si el apoyo escogido es pequeño, el nido tiene la for­ma de una esfe­ra o de un elip­soide completos. Si es un plano, tiene la apariencia de una cúpu­la chata. El cuello, igual en todas, es airoso. Al­gunos están pegados entre sí, con simetría. ¿Los habrán dispuesto de tal manera, las avispas, con el ánimo de formar una sociedad más íntima?
Estas bellas ánforas, ocres, amarillas, a veces trun­cadas, son las cunas que el amor maternal de la avispa destina a su prole.

Nidos, huevos, larvas y avispa adulta en dibujo original de Luis María Murillo Quinche.


Un problema se presenta a las «Eumenes» antes de depositar sus huevos: el alimento para nutrir los hijos.
La avispa lleva a la cuna gusanos de mariposas vivos, narcotizados, a juzgar por su aspecto. Los lleva, a veces de lejos, de uno en uno. Para introducirlos, apoya sus patas en el ánfora, y con los bra­zos y las tenazas los empuja, con cuidado, por el pequeño embudo. Cuando el gusano es muy gordo y no cabe, lo mantiene abrazado, mientras con las tenazas, a manera de cincel, raspando y golpeando, con meneos fuertes de cabeza, logra ensanchar la entrada.
El número de orugas reunidas en la cuna varía, y en ningún caso es proporcional al número de comen­sales: una cuna con un huevo solamente, contenía veintiocho gusanos; y en cambio sólo había diez y nueve en otra que había sido destinada para dos... ¡Instinto! ¿Cómo podrías ser Ley, ahora?
Listas las cunas, guardan en ellas las laboriosas avispas el fruto de sus amores; y cediendo al cuida­do de sus hijos la belleza de sus obras, rompen los airosos embudos, tapando y borrando, a los ataques de los ladrones, las entradas de sus nidos.
La prima vida del insecto, tal vez la más inte­resante... se va a escapar a mis observaciones.... ¡Pero no! ¡He de experimentar, he de auscultar las primeras mani­festaciones de aquella vida! Recojo muchas cunas, les abro pequeñas venta­nas a todas, las prevengo de los cambios rudos de la atmósfera por medio de una campana de vidrio, y obser­vo: las ollitas re­cogidas guardan grados distintos de metamorfosis; yo dedico mi aten­ción a los más primitivos.
Las cunas en su interior, lo mismo que por fuera, están desvestidas; tienen el aspecto de una cúpula. Colman su base un montón de gusanitos verdes, y cuelgan de la parte más alta de su bóveda uno o dos, blancos y microscópicos huevecitos, de unos fila­mentos blancos también... Son los pequeñuelos de las avispas. Los hilos que los mantienen en alto, son una prevención de la madre.
En pocos días los huevos se dilatan; oscilan como péndulas, prendidos a los hilos; y sus gusanos, que principian a horadarlos, asoman, por debajo, sus cabecitas. En tanto, la despensa, de carne fresca, se revuelca abajo, en forma de orugas verdes... Son los biberones.
Pasan algunos días más. Los pequeñuelos de las avispas sienten hambre: se deslizan tímidamente has­ta tocar un biberón; sus boquitas exprimen con fuer­za, y se alzan rápidas, entre su estuche, al sentir la convulsión dolorosa del biberón que se defiende.
Poco a poco, de esta manera, la futura avis­pa se hace fuerte, olvida el miedo y despreocupada de la prevención admirable de la madre, sin temor alguno, se deja caer al fondo, entre los biberones. No todas obran así. Una tarde ocupaba mi atención en observar el primer desayuno de uno de estos gu­sanitos
El pequeño se deslizó; mordió una oruga, que no se movió; siguió chupando, no encontró qué temer, abajo estaba todo quieto... y se dejó caer. Su presen­cia entre los biberones produjo desconcierto: se re­volcaban... Todos se defendían de sus ataques... y lo estrujaban. El cuerpo débil, gelatinoso, del pobrecito imprudente, se perdió en una masa blancuzca.

La despensa está vacía; hay sólo restos de festín. En gruesos gusanos, blancos, ovoides, se han conver­tido los tímidos comensales. La cabeza la tienen grisosa y forma con el tronco un solo cuerpo. Por el dorso y los flancos se prolongan bandas grises que se unen en el vértice inferior; son ápodos. Girán, vol­tean de uno para otro lado. Están haciendo el aseo, tapizando la casa, de nácar, haciendo su capullo, van a dormir... a transformarse.

Han pasado cerca de cuarenta días desde que las avispas depositaron sus huevos, y sobre las ollitas un estilete negro, que apenas se asoma a la superfi­cie, va tallando, en forma circular, una ventana, por donde pronto asoma la nueva generación, en forma de bellos insectos de azabache

Origen
En el rincón más bello de Tabio, entre los pliegues del Juáica, que se destaca al poniente, he contemplado el nacimiento de las avispas, he palpado las mucuritas de su bella industria cerámica, las he visto trabajar... Cuando las he seguido en su vuelo, me han parecido... los espíritus de los chibchas consagrados en las aguas termales, que vagaron por las curvas del cerro mitológico, cantando, con aladas vihuelas, un himno a la diosa Chía.

L.M.Murillo

viernes, 14 de diciembre de 2007

INICIO DE LA SANIDAD VEGETAL Y LA ENTOMOLOGIA EN COLOMBIA

La sanidad vegetal
Poco dice la sanidad vegetal al lector desprevenido. Pero su impacto en la economía mundial jamás se podrá pasar por alto. Plagas como la roya del cafeto, la sigatoca negra del banano o el gusano blanco de la papa son apenas unos pocos nombres que nos recuerdan la devastación que causan las pestes que afectan los cultivos. La langosta no es una referencia más en las páginas de las Sagradas Escrituras: las mangas de langostas aún siguen sembrado a su paso por los campos desolación y hambre.
La sanidad vegetal como dice la norma en Colombia (decreto 1840 de 1994) “mantiene las plantas y sus productos libres de agentes dañinos o en niveles tales que no ocasionen perjuicios económicos, no afecten la salud humana o la salud animal y no restrinjan su comercialización”. La sanidad vegetal, en consecuencia, vela por la salud de cultivos y cosechas, reprime e investiga las enfermedades y las plagas, inspección productos, expide permisos de importación y certificados fitosanitarios, controla el uso de pesticidas y determina las medidas de protección fitosanitarias.
La sanidad vegetal va de la mano de la entomología económica, pues es ésta la ciencia que estudia el efecto de los insectos en la economía y pone a su la investigación de los insectos.

La sanidad vegetal en Colombia
En junio de 1927 el decreto 945 creó el Departamento de Agricultura y Zootecnia en el Ministerio de Industrias. Una de sus secciones, cuya mención es fundamental en esta historia, fue la de Agricultura, concebida con un jefe y seis subalternos. Por carencia de personal solamente se nombraron dos: el Agrónomo Ayudante del Patólogo y Entomólogo y el técnico en Agrología y Química. El Patólogo y Entomólogo que debía conseguirse en el extranjero jamás se contrató. Luis María Murillo Quinche fue el agrónomo ayudante que en la práctica se convirtió en el jefe. De su sueldo salieron la biblioteca, el microscopio y otros elementos imprescindibles para la naciente sección, de su imaginación los criaderos para el estudio de las plagas, de su tesón el apoyo del Instituto Smithsoniano de Washington a sus investigaciones.
En el informe del ministro de Industrias Francisco José Chaux al Congreso, en 1930, se consiga: “Las secciones de Fitopatología y Entomología vienen funcionando regularmente desde su fundación. Es necesario advertir que ambas han carecido de un laboratorio adecuado y de los más indispensables elementos para que sus trabajos se coloquen en un terreno práctico y útil para la agricultura, deficiencia que en la medida de sus recursos particulares ha llenado el Entomólogo Ayudante señor don Luis María Murillo, ya que de su propio peculio, y sin esperanza de que algún día se le reembolse su dinero, se ha provisto de una gran cantidad de material, con el cual le ha sido posible llevar a cabo importantes estudios, que de otra manera estarían todavía en proyecto”.
Así nació el 19 de octubre de 1927, bajo la dirección de Murillo, la Sanidad Vegetal en Colombia. Él la organizó con tres departamentos: botánica, fitopatología y entomología. Se hizo cargo de este último y dejó en manos del agrónomo Antonio Miranda el de fisiopatología y del padre Enrique Pérez Arbeláez el de botánica.
La entomología era entonces una ciencia en el país desconocida, que oficialmente sólo disponía de éste bachiller-entomólogo. Panorama desolador: un especialista en cierne y una sección vegetal sin presupuesto. Entre tanto esos enemigos minúsculos –los insectos– causando millonarias pérdidas a la economía. Cuánta diferencia con el mundo desarrollado de la época. Bástenos pensar que Ministerio de Industrias –que englobaba funciones de los que hoy son los ministerios de Agricultura, Minas y Energía y hasta Trabajo- con millón y medio de pesos por todo presupuesto, no contaba más que con aquel entomólogo bachiller, frente a seiscientos especialistas en insectos del programa de entomología económica de los Estados Unidos, y a los millones de dólares asignados anualmente al estudio de cada plaga. No obstante ese entomólogo hecho por su cuenta, hizo algo más que iniciar los servicios de entomología y patología vegetal, más tarde convertidos en Sanidad Vegetal, los proveyó de la altura técnica y científica imprescindible para servir eficazmente al país y para brillar en el concierto universal.
Paulatinamente la Sanidad Vegetal fue contando con agrónomos e inspectores de cuarentena para impedir la introducción de plagas, y en medio de las deficiencias propias de sus modestos recursos se organizó en los puertos marítimos y terrestres. La introducción a Colombia de las graves plagas del algodón, del maíz, de la papa, de la caña de azúcar y de los árboles frutales no debía volver a repetirse.
En 1938 el decreto orgánico del Departamento de Agricultura creó la sección de Biología Vegetal, convertido en Instituto de Biología Vegetal del Ministerio de la Economía, el cual funcionó en la Universidad Nacional en una saludable cohabitación con el Instituto de Ciencias Naturales. Ambos constituyeron de hecho una sola institución hasta su desaparición en 1947, cuando por arte de la burocracia un decreto del Ministerio de Agricultura y Ganadería puso fin al Instituto. La Sanidad Vegetal volvió a ser una modesta dependencia que a cambio de investigación se concentró en la expedición de medidas y permisos. Para entonces también la Universidad Nacional, urgida de una sede para una nueva facultad dejó de alojarlo. Así terminó en la Granja de la Picota la colección entomológica que llegaba a 100000 insectos preparados y clasificados con rigurosa exactitud. Terminaba una época de oro en que especialistas norteamericanos y europeos visitaron con frecuencia el renombrado instituto.
La Sanidad Vegetal trasegó por los ministerios de Industrias, Agricultura y Comercio, Economía, Agricultura y Ganadería en razón de tantos cambios orgánicos que han sufrido nuestros ministerios. Hoy el ICA creado en 1962 y adscrito al Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural es la entidad reconocida internacionalmente para avalar la sanidad agropecuaria en Colombia.

La lucha biológica
La destrucción de las plagas de los cultivos por sus enemigos naturales se remonta al inicio del siglo XVIII vinculando nombres tan respetables como los de Erasmo Darwin, Carlos de Geer, Alberto Koebele, René Antonio de Reaumur y Antonio Vallisnieri. El Colombia el primer gran abanderado es Luis María Murillo Quinche, quien temeroso del daño de los ecosistemas por los insecticidas, centró sus investigaciones en la lucha biológica, y la aplicó con éxito en la erradicación de los insectos nocivos, dejando enseñanzas que hoy constituyen ejemplos clásicos de represión biológica. Anteriores a los suyos, nuestra historia sólo consigna los experimentos de Federico Lleras Acosta -padre del presidente Lleras Restrepo- y Luis Zea Uribe, en 1913, cuando usando el método del profesor D'Herelle, inyectaron un hongo inocuo para el hombre, traído del Instituto Pasteur, a algunas langostas que pocas horas después presentaron una enfermedad diarreica que las extinguió.

El hombre detrás de los hechos
Luis María Murillo Quinche vio la luz el mismo día en que se extinguió trágicamente la vida del poeta Silva, el 24 de mayo de 1896. Fue discípulo del naturalista Joaquín Antonio Uribe y del sabio francés Apolinar María –fundador de la Sociedad Científica de la Salle, antecesora de la Sociedad Colombiana de Ciencias Naturales–, pionero en el país en el estudio de los insectos y en la represión biológica de las plagas, y fundador de los servicios de Sanidad Vegetal y de Entomología Económica en Colombia. Aunque fue profesor universitario, su vocación académica fue más allá de las aulas, llevando la instrucción a los agricultores y campesinos hasta sus propias plantaciones, o a través de las páginas de los periódicos en prácticas enseñanzas que titulaba: “¿Qué son las plagas y como se combaten?”. Su lucha no fue sólo contra los insectos dañinos, sino contra la superchería opuesta al uso de las armas de la ciencia.
Su mente inquieta y fascinada por todas las expresiones del entendimiento lo acercó a muchas disciplinas. Fue un naturalista autodidacta que recorrió los cerros bogotanos con Otto de Greiff y Rigoberto Eslaba en búsqueda de fósiles; entusiasta intelectual que conformó con sus entrañables amigos Carlos y Juan Lozano y Lozano y Augusto Ramírez Moreno la Sociedad Literaria Rufino Cuervo; estudioso de la química, la física y las ciencias nucleares, bajo la influencia de su maestro Antonio María Barriga Villalba; escritor y periodista; ávido lector; virtuoso del pincel y la pluma, aplicados primordialmente a su labor científica; consagrado académico y profesor universitario; y miembro o fundador de academias e institutos nacionales.
La vocación. Aprendiz malogrado de la "alquimia" por la desaparición de su laboratorio en el terremoto de 1917, Luis María Murillo se internó en los cerros de Monserrate y Cruz Verde pero sin hallar un solo fósil –motivo de sus excursiones-, descubrió entre el verdor de las montañas la riqueza de una fauna por su tamaño despreciada. Así nació su afición por los insectos, y en ausencia de esa disciplina en nuestro medio, se formó a sí mismo. Hizo de la naturaleza su universidad y transformó en ciencia aplicada el producto de sus descubrimientos. “Las Avispas Chibchas” su primer trabajo entomológico fue publicado en la revista “El Gráfico”; señalado como novedad científica y joya literaria, le abrió las puertas a la Sociedad Colombiana de Ciencias Naturales, y ésta las del recién creado Departamento Nacional de Agricultura.
Labor y aportes. Los conocimientos entomológicos de otras latitudes, no aplicables a nuestro medio fueron estímulo decisivo a sus investigaciones. Recorrió el país entero descubriendo plagas, describiendo sus hábitos, su relación con el ambiente, su distribución geográfica y las formas para combatirlas, e inició en 1918 una colección que llegaría a más de 100.000 insectos –nuevas especies entre ellos– y que sometida a constantes y lamentables pérdidas, encontró morada definitiva en Tibaitatá, donde conforma la Colección Taxonómica Nacional bautizada con su nombre. En el Museo Nacional de Washington reposan duplicados de esos especimenes, llevados por Edward Chapin, jefe en el museo de la sección entomológica.
Fue miembro del Ateneo de Altos Estudios, de la Sociedad Médico Quirúrgica Lombana Barreneche, de la Academia Colombiana de Historia, de la Sociedad Geográfica de Colombia, de la Sociedad Venezolana de Ciencias Naturales, de la Real Academia de Ciencias de España, de la Real Sociedad de Entomología de Bélgica y de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas Físicas y Naturales creada en 1936, de la cual fue miembro fundador.
Contemporáneo y amigo de don Gabriel Cano, de Eduardo y Enrique Santos Montejo, no escapó a la influencia del periodismo; así se vinculó a El Tiempo durante 15 años con su columna "Desde mi Universidad", tuvo a su cargo la sección de agricultura de El Diario Nacional, y fue colaborador de El Espectador en su sección agrícola. Guardan aquellas páginas prácticas lecciones de entomología y la expresión de su vena literaria.
De su fértil pluma, quedaron entre otras publicaciones: "Los insectos y el clima", "Treinta años de sanidad vegetal", "La sanidad vegetal en Colombia", "El amor y la sabiduría de Caldas", "Francisco José de Caldas y los principios científicos del federalismo" y sus obras más importantes: "Sentido de una lucha biológica", "Colombia un archipiélago biológico" y el "Cantar de los cantares".
Tras 42 años de labor fecunda, 22 más que los requeridos entonces para la jubilación por el Estado, Luis María Murillo se retiró en 1969 del Ministerio de Agricultura. Se entregó a la preparación de sus memorias, que inconclusas, fueron póstumamente publicadas por la Academia Colombiana de Ciencias, bajo el título “Luis María Murillo Quinche –Obra Selecta–“. El 6 de septiembre de 1974 una complicación postoperatoria había puesto punto final a la vida del iniciador de la Entomología en Colombia.

Luis María Murillo iniciador de la entomología en Colombia a la izquierda y de blusa blanca, y Edward Chapin, jefe de la sección de entomología del Museo Nacional de Washington (1942).


Una temeraria denuncia ante el Senado
La entomología, término desconocido para la época, era para los pocos que alguna noción tenían del vocablo una chifladura, cuando no un gravísimo desperdicio del presupuesto nacional. No comprendían que "esos bichos insignificantes” podían destruir millones de dólares anuales de la economía, peor aún, se sorprendían de que el naciente servicio estuviera en manos de un funcionario sin título universitario. Hasta el Senado de la República llegó la acusación. Fueron sus jueces los senadores Carlos Uribe Echeverri y Emilio Robledo. La comisión visitó el Ministerio de Industrias para indagar al acusado.
–¿Qué oficio desempeña usted aquí? –preguntó el senador Uribe.
–Soy el ayudante de un entomólogo-fitopatólogo que aún no ha sido contratado – respondió Murillo.
–¿Cómo se concibe un ayudante sin jefe?
–Asumiendo el ayudante las funciones del jefe.
–¿Dónde hizo usted sus estudios?
–Con infinitas dificultades, sólo con libros de difícil consecución porque en Colombia no hay universidades para esos estudios.
Entonces los senadores indagaron por sus trabajos, y se enteraron que el interrogado era el mismo funcionario que había investigado con magníficos resultados los cafetales de Antioquia. No sólo lo absolvieron sino que se volvieron sus amigos. "El bachiller entomólogo había sido pesado y hallado justo por la balanza de la democracia" diría en sus memorias el entonces encausado.
Mucho tiempo después, al cumplir Murillo 20 años de servicio, el mismo senador Robledo hizo aprobar una ponencia del Congreso de la República en homenaje a aquél ayudante sin jefe que había desarrollado la Sanidad Vegetal en el país, y ya era en su campo autoridad mundial reconocida; único latinoamericano, por cierto, miembro honorario a la muy reconocida Real Sociedad de Entomología de Bélgica.

La primera expedición entomológica
En 1929 inició Murillo en los cafetales de Fredonia y Chinchiná sus investigaciones científicas. En aquél año los cultivos de Antioquia y Caldas fueron presa de una plaga que los consumía. Los cafeteros difundieron la idea de que la hormiga olorosa o hedionda de Amagá –por su olor y su origen– era la responsable. Las pesquisas de Murillo dieron con cafetales sanos, con hormigas pero sin cochinillas ni olor, lo que lo hizo colegir que no eran las hormigas las causantes de la devastación. En las raíces de los cafetos descubrió las minúsculas cochinillas que chupaban la savia de las plantas. Sus preparaciones le permitieron descubrir y describir tres nuevas especies de cochinillas y dos grupos de hormigas de Amagá: la olorosa y la inodora. El estudio salvó la reputación de las hormigas y señaló como responsables del olor y los daños a las cochinillas. Por vivir éstas en simbiosis con las hormigas rubias, se había supuesto equivocadamente que las hormigas eran las depredadoras del café. Pocos años después el entomólogo a petición de la Federación Nacional de Cafeteros redactó el capítulo “Las plagas del cafeto” del Manual del Cafetero Colombiano.


No por diminutos son pequeños los estragos de los insectos en la economía. Luis María Murillo Quinche según el caricaturista Franklin en la portada de la Revista Semana del 25 de octubre de 1947.


El catálogo de insectos
Así como las plagas de los cafetos llevaron a Murillo a tierras antioqueñas, la mosca de las frutas, lo llevó al Valle de Tensa, y el pulgón lanígero de los manzanos a Zotaquirá Paipa y Duitama, y en últimas la mayoría de las plagas lo obligaron a explorar todo el país. Excursiones en que se volvieron habituales los ríos, las mulas y los caminos polvorientos. En goleta, porque no tenía el archipiélago transporte aéreo, llegó el entomólogo en 1931 a San Andrés a estudiar la peste de los cocoteros. Así a punta de recolectar y de estudiar insectos, de describirlos y clavar con alfileres en cartones, reunió el material necesario para que apareciera en 1934 el Primer Catálogo de Insectos de Importancia Económica en Colombia. Entonces el ministerio de Agricultura y Comercio se dio cuenta de la importancia de adquirir los armarios para guardar la colección entomológica.

La primera represión biológica
Los incontaminados manzanos del país, por ausencia de sanidad vegetal, terminaron siendo presa del pulgón lanígero introducido de Norteamérica en 1925. Sin excepción todos los huertos fueron afectados. El insecto invadió tallos y raíces, y chupó la savia inyectando fermentos nocivos que produjeron la muerte de las plantas. Con una avispa microscópica, importada de Estados Unidos por Murillo, la Aphelinus Mali, en 1929 se erradicó la plaga. Fue aquella la primera aplicación en Colombia de la lucha biológica en nuestros cultivos. La avispita destructora de los pulgones los perforaba con un estilete inyectándoles sus huevos, y las larvas resultantes lo devoraban, convirtiéndolo en un cascarón negro. En tallitos ricos en pulgones parasitados diseminó el entomólogo las avispitas en las plantaciones enfermas. Un predador descubierto por él y que lleva su nombre, la Neda murilloi, pequeño cucarroncito cuyas larvas cual caimanes diminutos se alimentan del pulgón también sirvió para controlarlo.

Otras luchas biológicas
De la multitud de experiencias bien vale recordar la represión de la Diatrea Sacharalis, gusano barrenador de la caña, con minúsculas avispas importadas por Murillo, las Trichogramma minutum, que parasitan los huevos de la plaga. La Icerya Purchasy que invadió las plantas ornamentales de Bogotá, tras introducirse en 1948 en unas acacias importadas, fue combatida con la Rodolia Cardinalis, insecto que en poco tiempo acabó la plaga. Y no sólo la agricultura se benefició de la lucha biológica de Luis María Murillo, también lo hizo la ganadería. En 1942, por ejemplo, la mosca brava –Lyperosia irritans– que le chupa la sangre a la vacada, fue combatida con avispitas Spalangidae propagadas por todas las zonas ganaderas del país. Fueron importadas por él de Puerto Rico y criadas y multiplicadas en su laboratorio. También abordó en “Los insectos y el clima” la influencia del ambiente en el comportamiento de las plagas que por épocas se extinguen y por épocas se multiplican, que devastadoras en algunos hábitat, resultan en otros relativamente inofensivas.

El gusano rosado colombiano del algodón
Es la larva de la Sacadodes pyralis Dyar, y motivo de la obra más importante de Murillo, "Sentido de una Lucha Biológica", que llevó a su autor al seno de la Sociedad Real de Entomología de Bélgica y se convirtió en el ejemplo clásico de represión biológica. El gusano ataca las cápsulas del algodonero y es treinta veces más grande que el gusano rosado de la India. En su investigación Murillo descubrió que esta especie es originaria del país, y encuentró en la región del río Suárez en 1935 una avispa parásita de sus larvas, la Aphanteles Turbariae, que se convirtió en el medio más eficaz de combatirlo. En "Sentido de una Lucha Biológica" Murillo revela el ciclo biológico de la Sacadodes pyralis Dyar y la Aphanteles turbariae, y expone sus conceptos sobre la represión biológica y el impacto de los insecticidas en el equilibrio de la naturaleza.


Gusano rosado colombiano del algodón, acuarela de Luis María Murillo Quinche que ilustra su obra “Sentido de una lucha biológica”.


Los insecticidas
En 1949 el uso indiscriminado de insecticidas provocó en la zona algodonera de Armero una grave aparición de la plaga, pues las fumigaciones irónicamente habían acabado con la avispa que las reprimía. Observaciones como esta confirmaron las tesis expuestas por Murillo. Por ello la lucha biológica fue para él una alternativa eficaz al uso de los insecticidas, que utilizados sin indicación, por igual acababan insectos dañinos como útiles. Preocupado por el futuro de los ecosistemas fue cauto en su uso y perseverante en la consolidación de la lucha biológica.

Luis María Murillo Sarmiento

jueves, 13 de diciembre de 2007

Sanidad Vegetal y Entomología en Colombia

La entomología colombiana de hoy representa la continuidad de una tarea emprendida por Luis María Murillo Quinche (1896-1974) en 1927 cuando inauguró los Servicios de Sanidad Vegetal y de Entomología Económica. La Sanidad Vegetal frenó la introducción de devastadoras plagas en nuestra agricultura y la Entomología Económica inició el control de los insectos dañinos. Murillo, científico autodidacta –porque la entomología era una ciencia desconocida en el país- organizó los dos servicios en el entonces Ministerio de Industrias dotándolos de su propio peculio, en ausencia de presupuesto oficial, y los proveyó de la altura técnica y científica imprescindible para servir eficazmente al país y para brillar en el concierto universal. Temeroso del daño de los ecosistemas por los insecticidas, centró sus investigaciones en la lucha biológica (destrucción de las plagas por sus enemigos naturales), y la aplicó con éxito en la erradicación de los insectos nocivos, dejando enseñanzas que hoy constituyen ejemplos clásicos de represión biológica. Recorrió el país entero descubriendo plagas, describiendo sus hábitos, su relación con el ambiente, su distribución geográfica y las formas para combatirlas. En ese periplo llegó a coleccionar más de 100.000 insectos, muchos de los cuales hacen parte de la Colección Taxonómica Nacional bautizada con su nombre. En estilo impecable, sus obras y sus columnas periodísticas guardan desde sencillas enseñanzas hasta fascinantes investigaciones como la del gusano rosado colombiano del algodón Sacadodes pyralis Dyar y su control biológico mediante la avispa Aphanteles turbariae, motivo de su obra cumbre “Sentido de una lucha biológica”, que lo llevó a ser miembro de honor de la Real Sociedad de Entomología de Bélgica y a recibir en 1962 la Cruz de Boyacá.