
"El Gráfico" acoge complacido el siguiente estudio, que es un bello capitulo de entomología, en donde su autor expone sus interesantes observaciones sobre un insecto de la Sabana de Bogotá en un lenguaje digno de Fabre.
Curiosidad
— ¡Qué linda mucurita! ¿Qué tiene dentro? ¿Quién la hizo?...
Imposible romperla; era una... ¡no! Entre el rastrojo que se escurría por el alero de la casa empajonada, descubrí: una... dos... varias. Abiertas muchas por un agujero estrecho; cerradas las demás, y sin cuello, parecidas a pequeños pezones.
Podría dar ya gusto a las femeniles cabecitas, que miraban con tanto interés toda esa obra admirable de cerámica.
Con cuidado tomé una.
Fui dividiéndola por la mitad, longitudinalmente, sin introducir demasiado la navaja y dejando un pequeño segmento sin cortar, a manera de charnela; parecía así una concha bivalva. La abrí...
— ¡Es un joyero enano, lleno de esmeraldas microscópicas! ¡Qué hermoso!... —decían todos.
Y en verdad, aquéllo era muy bello: la mucurita estaba llena de gusanitos verdes, que débilmente se movían.
Abrí otras. Encontré gusanos en número de dos... siete... treinta... Unas albergaban gusanos verdes, solamente. En otras había, además, gusanos blancos, gordos, con segmentos bien marcados. En algunas, tachonadas de nácar, la ley evolutiva de la oruga había transformado en curiosos habitantes de marfil a los antiguos gusanos. Eran insectos blancos, doblados en tres partes; de cabeza angulosa, con largas antenas y con dos ojos rosáceos puestos en la frente como dos comillas. Tenían de alas dos paletas de bordes transparentes y grises. Su tórax era esférico y de la forma de un grano de cebada el abdomen. El occipucio estaba coronado por tres pequeños puntos rojos, como por tres rubíes.
En una encontré un insecto completo, negro, doblado, vivo; era una avispa. En otra había dos avispas degeneradas, ya muertas; tenían la cabeza enorme y el abdomen pequeñito; muy unidas entre sí, y ajustadas, forzadamente, contra las paredes de la ollita.
Algunas estaban vacías y abiertas por un sacabocado del diámetro de una lenteja. Entre más desarrolladla estaba la metamorfosis del himenóptero, menos gusanos había. Con las avispas ya formadas, no había gusanos.
Humanum est errare
Los leves movimientos de tanto gusano habían puesto miedo en mis compañeras de experimentación. Quedé solo; pensé... Y mi imaginación forjó una historia horrible: La avispa con trabajo máximo mordería arcilla; haría mortero con su saliva, y en sus finísimas patas llevaría el material para, hilada sobre hilada, día a día, con fuertes fatigas, levantar el nido, la pequeña casa, que iría a servir de cuna a sus pequeñuelos. Hecha, pondría en ella, con cuidado maternal, sus huevos, en número de una veintena o más, y cerraría la entrada para dejar a cubierto de ataques el nido. Días después, dentro de aquellos cofres de arcilla, se estrujaría y entorcharía una cadena de eslabones vivos, de gusanos, que en su crecimiento, faltos de toda alimentación, en la lucha por la existencia, se devorarían unos a otros so pena de perecer todos... Los más fuertes quedarían, no podrían ser más de dos, tal vez sólo podría quedar uno, porque en la metamorfosis sus cuerpos crecerían y se comprimirían unos contra otros; la lucha era, pues, hasta el fin...
Irisada por el sol poniente, la faz encendida de la Naturaleza hizo vacilar mi pensamiento...
¡Perdón! Humanum est errare, Madre mía, Naturaleza.
Una lección
—Hermano Apolinar—le dije—. Se trata del descubrimiento de unas avispas de rara existencia.... Y la conté.
Sonrió el sabio entomólogo, y andando a los escaparates de su biblioteca, dejó en mis manos, como una contestación, un tomo de «La vida de los insectos», de Fabre. Rayo luminoso fue éste, que aguijoneó en mí el deseo de experimentar, en estas hermanas probables de las «Eumenes» de Fabre, toda una vida de artística historia...
Filiación de las avispas
Son las avispas de un negro intenso y brillante sólo interrumpido por el oro de un semianillo, a manera de soldadura, que une, por encima, el abdomen al pedículo. La cabecita, de forma de garbanzo, la llenan los ojos (dos grandes comillas de color carmelita); las antenas, nacidas en el centro, están divididas en dos segmentos; corto y erecto el primero, el segundo largo, engrosado en forma de mazo, bastante inclinado y muy movible. Las tenazas, desprendidas de la axilla inferior de los ojos, son dos agujas cónicas que se comban bajo la cabeza. El diámetro horizontal de ésta es de tres milímetros.
El tórax es esférico; lo cubre abundante pelusa, y su diámetro es de seis milímetros.
Las alas son ahumadas, medio azulosas; tienen quince milímetros las anteriores y diez las posteriores; están plegadas longitudinalmente, y encorvadas en las extremidades, como si trataran de envolver al abdomen. Forman, en estado de reposo, un ángulo de cuarenta y cinco grados con el tronco y con el plano de sustentación. El pedículo, de cinco milímetros, nace en la parte postero-inferior del tórax; forma, vista de perfil, una ese; de plano, da la idea de una minúscula perilla. Cinco segmentos, bisectados horizontalmente, y ajustados, unos entre otros, forman el abdomen. Es éste, unido al pedículo, una retorta-dije para un químico.
Las patas semejan filamentos de gutapercha articulados y cerriles.
La envergadura del himenóptero es de veinticuatro milímetros.
A falta de un nombre regional o de una denominación científica, he llamado «Chibchas» a estas artífices de las pequeñas ánforas.
Biografía
Apenas abre la avispa la puerta de su casa, se detiene un momento meditabunda; y sin desplegar las alas, se echa afuera; rodea la pequeña ánfora por todas partes, andando despacio, palpándola, mordiéndola con las tenazas. Viéneseme la idea: que las células del cerebro del pequeño hexápodo vibran al impulso de necesidades... Necesidades que son, para el recién nacido, el patrimonio de varias generaciones que lucharon por la comodidad… Paréceme que hay en ese momento una lucha entre una costumbre adquirida (el instinto), la razón, y los aguijonazos de de una necesidad. Tal vez le fue demasiado estrecha la celda, tal vez le faltaron víveres, acaso la forma de la cuna perjudicó la esbeltez de sus élitros... y que, como resultante, nace un deseo que se puede convertir en una insignificante modificación en la nueva vida de su especie. Estas asavispas viven generalmente solas, pero son sociables, costumbre que las distingue de sus hermanas, las de Fabre. Gustan la miel de casi todas las flores silvestres, recorren el campo en casi todos sentidos, haciendo vibrar el aire con zumbidos suaves; van solas, pero en las grandes soleadas reúnense, casi por centenas, sobre las moradas inflorescencias de tintillo. Allí juegan y se entregan a los mimos y caricias sexuales durando a veces todo un día, sobre esta planta, templo, para ellas, de amor y unión. Así se puede pasar por cerca a ellas, y aun molestarlas; son, por demás, inofensivas.
Como la madre humana, apenas se le revela el fruto, la avispa piensa en una cuna...
En la estación más cálida del año, las «chibchas», pequeños arquitectos negros, trabajan: rasguñan las paredes, arrancan a los montículos de arena pedazos diminutos, mezclan con el jugo viscoso que fluye de su piquito, la arcilla. Amasan el mortero obtenido en microscópicos adobes, húmedos, glutinosos; y vuelan, llevando el material entre sus mandíbulas, a las cuencas del monte, a los aleros y al pajar de los caseríos campesinos, a las hojas cerosas de los uvos camarones... Allí los sientan y alisan, en hiladas circulares, con sus manecitas.
¡Bracitos negros que dais forma a una masa microscópica de arcilla, movidos por una fugaz inteligencia! ¡Me dais alegría, porque lleváis a mi alma la infinita piedad!
La obra depende de las necesidades o del gusto, de las obreras: si el apoyo escogido es pequeño, el nido tiene la forma de una esfera o de un elipsoide completos. Si es un plano, tiene la apariencia de una cúpula chata. El cuello, igual en todas, es airoso. Algunos están pegados entre sí, con simetría. ¿Los habrán dispuesto de tal manera, las avispas, con el ánimo de formar una sociedad más íntima?
Estas bellas ánforas, ocres, amarillas, a veces truncadas, son las cunas que el amor maternal de la avispa destina a su prole.
Nidos, huevos, larvas y avispa adulta en dibujo original de Luis María Murillo Quinche.
Un problema se presenta a las «Eumenes» antes de depositar sus huevos: el alimento para nutrir los hijos.
La avispa lleva a la cuna gusanos de mariposas vivos, narcotizados, a juzgar por su aspecto. Los lleva, a veces de lejos, de uno en uno. Para introducirlos, apoya sus patas en el ánfora, y con los brazos y las tenazas los empuja, con cuidado, por el pequeño embudo. Cuando el gusano es muy gordo y no cabe, lo mantiene abrazado, mientras con las tenazas, a manera de cincel, raspando y golpeando, con meneos fuertes de cabeza, logra ensanchar la entrada.
El número de orugas reunidas en la cuna varía, y en ningún caso es proporcional al número de comensales: una cuna con un huevo solamente, contenía veintiocho gusanos; y en cambio sólo había diez y nueve en otra que había sido destinada para dos... ¡Instinto! ¿Cómo podrías ser Ley, ahora?
Listas las cunas, guardan en ellas las laboriosas avispas el fruto de sus amores; y cediendo al cuidado de sus hijos la belleza de sus obras, rompen los airosos embudos, tapando y borrando, a los ataques de los ladrones, las entradas de sus nidos.
La prima vida del insecto, tal vez la más interesante... se va a escapar a mis observaciones.... ¡Pero no! ¡He de experimentar, he de auscultar las primeras manifestaciones de aquella vida! Recojo muchas cunas, les abro pequeñas ventanas a todas, las prevengo de los cambios rudos de la atmósfera por medio de una campana de vidrio, y observo: las ollitas recogidas guardan grados distintos de metamorfosis; yo dedico mi atención a los más primitivos.
Las cunas en su interior, lo mismo que por fuera, están desvestidas; tienen el aspecto de una cúpula. Colman su base un montón de gusanitos verdes, y cuelgan de la parte más alta de su bóveda uno o dos, blancos y microscópicos huevecitos, de unos filamentos blancos también... Son los pequeñuelos de las avispas. Los hilos que los mantienen en alto, son una prevención de la madre.
En pocos días los huevos se dilatan; oscilan como péndulas, prendidos a los hilos; y sus gusanos, que principian a horadarlos, asoman, por debajo, sus cabecitas. En tanto, la despensa, de carne fresca, se revuelca abajo, en forma de orugas verdes... Son los biberones.
Pasan algunos días más. Los pequeñuelos de las avispas sienten hambre: se deslizan tímidamente hasta tocar un biberón; sus boquitas exprimen con fuerza, y se alzan rápidas, entre su estuche, al sentir la convulsión dolorosa del biberón que se defiende.
Poco a poco, de esta manera, la futura avispa se hace fuerte, olvida el miedo y despreocupada de la prevención admirable de la madre, sin temor alguno, se deja caer al fondo, entre los biberones. No todas obran así. Una tarde ocupaba mi atención en observar el primer desayuno de uno de estos gusanitos
El pequeño se deslizó; mordió una oruga, que no se movió; siguió chupando, no encontró qué temer, abajo estaba todo quieto... y se dejó caer. Su presencia entre los biberones produjo desconcierto: se revolcaban... Todos se defendían de sus ataques... y lo estrujaban. El cuerpo débil, gelatinoso, del pobrecito imprudente, se perdió en una masa blancuzca.
La despensa está vacía; hay sólo restos de festín. En gruesos gusanos, blancos, ovoides, se han convertido los tímidos comensales. La cabeza la tienen grisosa y forma con el tronco un solo cuerpo. Por el dorso y los flancos se prolongan bandas grises que se unen en el vértice inferior; son ápodos. Girán, voltean de uno para otro lado. Están haciendo el aseo, tapizando la casa, de nácar, haciendo su capullo, van a dormir... a transformarse.
Han pasado cerca de cuarenta días desde que las avispas depositaron sus huevos, y sobre las ollitas un estilete negro, que apenas se asoma a la superficie, va tallando, en forma circular, una ventana, por donde pronto asoma la nueva generación, en forma de bellos insectos de azabache
Origen
En el rincón más bello de Tabio, entre los pliegues del Juáica, que se destaca al poniente, he contemplado el nacimiento de las avispas, he palpado las mucuritas de su bella industria cerámica, las he visto trabajar... Cuando las he seguido en su vuelo, me han parecido... los espíritus de los chibchas consagrados en las aguas termales, que vagaron por las curvas del cerro mitológico, cantando, con aladas vihuelas, un himno a la diosa Chía.
L.M.Murillo